Redacción Noticias 21 agosto, 2019

El domingo 11 de agosto, se abrieron las puertas del estallido. La sociedad gritó en todo el país, aquella famosa frase de Bill Clinton: «¡Es la economía, estúpido!»

Exorcizó la bronca contenida por demandas económicas, judiciales y políticas, que el macrismo no pudo cumplir, a saber: mejora económica para la clase media, purga judicial de los elementos de justicia legítima, juicio y prisión para la ex presidente y eliminación de raíz de cortes de calles, paros y piquetes.

Esos, eran los objetivos de máxima.   No solamente no se cumplieron sino que asistimos desde el minuto cero de gestión, a una guerra de guerrillas en las calles por parte del kirchnerismo, organizaciones sociales, la izquierda y el sindicalismo «K», radicalizado. Todo esto, salpicado con dos ataques al congreso desde adentro y desde afuera, uno de ellos con imágenes dignas de las grandes películas épicas de la década del 50 o 60, del estilo de «Ben Hur», por citar un título.

En medio de todo esto, el gobierno decide privilegiar la obra pública al tiempo de acordar con el FMI, un acuerdo ortodoxo de una dureza inusitada que sorprendió al propio organismo internacional por las metas propuestas. En un país en el cual 17 millones de personas cobran sus haberes del estado, (empleados estatales, jubilados y pensionados, más todo el universo de planes sociales) y con un 30 % de pobreza heredada, semejante ajuste significó una carga brutal sobre los pocos que siempre pagan y que, irónicamente, resultan ser (al menos hasta el 11/8) la base electoral del gobierno. El combo de una presión impositiva asfixiante más permanente ajuste tarifario y tasas de interés que superaron el 70 %, aniquilaron el apoyo del más entusiasta defensor del cambio. Ese fatídico domingo, el gobierno escuchó el grito: «¡No podemos más! Y tronó el escarmiento, como anticipó desde el pasado el viejo general.

Ahora bien, ¿que sucedió el día después? ¿Hubo jolgorio? Todo lo contrario. La sociedad asistió incrédula, a su propia catarsis. Creo que la palabra que mejor describe el momento, es «estupor». Cada uno expresó su bronca sin analizar demasiado el panorama, pensando en que los demás lo harían y no fue así. Por eso, salvando las obvias diferencias de contexto y circunstancia, digo que esto se parece en mucho  a lo sucedido en Inglaterra con el Brexit. Un estallido similar al nuestro que los colocó en una situación de la que todavía no logran salir.

Y aquí estamos en una situación parecida; los mercados reaccionaron horrorizados por la posibilidad (casi certeza) de un nuevo gobierno de la asociación ilícita más grande de la historia, (dicho por tres jueces federales) y «castigando» al gobierno por  una vez más, su errónea lectura de la realidad. La irónica pesadilla, es que la gente votó harta de la asfixia económica y al día siguiente y con el resultado puesto, era un 25 % más pobre por la devaluación post electoral.

¿La sociedad analizó que votaba nuevamente a quienes nos trajeron hasta aquí? En mi opinión, no. ¿ La gente se imaginó por un segundo a la provincia de Bs. As. bajo la tutela del dúo Kicilof/Magario? ¿Imaginó a este par manejando la policía de la Pcia. la lucha contra el narcotráfico y la inseguridad? De nuevo: En mi opinión, no.

Argentina se enojó con Macri por no resolver los problemas que dejó el Kirchnerismo, votando al Kirchnerismo. No hay manual de sociología, psicología y psiquiatría que alcance. Se quemaron todos los papeles.

En General Alvarado, sucedió algo similar. Luego de las masivas protestas por el desastroso estado del distrito, en medio de un contexto de desidia, incompetencia y falta de compromiso, a lo que hay que sumarle el peso de 16 años de gobierno, explosión de la droga y la criminalidad y los terribles hechos acaecidos en torno al robo de cadáveres de niños,  el candidato del oficialismo sacó 10.100 votos, cifra que supera en miles de sufragios, a lo obtenido en la elección del 2017. Un caso de chaleco o de «Síndrome De Estocolmo», amén de un rechazo importante a la figura de los otros candidatos. Evidentemente, en esta oportunidad la gente no creyó en ellos como solución a nuestros problemas.

Finalmente y en todos los estamentos, se repite la pregunta: ¿Puede revertirse este resultado? Realmente esta posibilidad se encuentra fuera de toda lógica política, pero todo depende de la reacción de la gente ante su propio exabrupto, de las medidas de gobierno (aunque poco puede hacerse cuando el problema es el otro es decir, Alberto Fernández) y de las acciones y palabras de quién aparentemente, se encamina a tomar el poder.

Hablamos de lógica, palabra que está fuera de nuestro diccionario desde hace mucho tiempo.

Nuestra historia cotidiana,  así lo demuestra.