Redacción Noticias 3 septiembre, 2020

Hace mucho tiempo que al transitar publicaciones en las redes te encontrás con planteos y respuestas de este tenor: «Córranse, estamos gobernando. Acepten que perdieron y que la tienen bien adentro».

Expresiones tan refinadas no se limitan al militante barra brava. Abarcan todos los segmentos de la sociedad. Futbolizan la política y reducen el voto a una pulseada en la que el que gana, tiene derecho a hacer lo que le plazca en detrimento de la sociedad hasta que llegue «la revancha», es decir, el próximo turno electoral.

Vacían de significado la palabra Democracia por deshonestidad, ignorancia o ambas, convirtiéndola en una metáfora de la supremacía (y la supresión) de un sector por sobre el otro.

De allí el desprecio por las funciones del Congreso o el Poder Judicial. Sienten que el triunfo electoral les otorga un derecho irrestricto como mandato popular, a transformar dichas instituciones en meras escribanías de sus deseos y apetencias.

Mientras la sociedad niegue algo tan elemental como el concepto de mayorías y minorías, la representación y los debidos derechos y obligaciones, no podemos hablar de Democracia. Pasamos a otro sistema que no importa como quieran denominarlo, restringe libertades y derechos mientras se gobierna a través del sometimiento.

Ayer, en medio del gravísimo golpe institucional que propició el oficialismo con la sempiterna complicidad de la izquierda, el Diputado Waldo Wolff dijo algo muy importante y que hace a la cuestión central del asunto: «No no están invisibilizando a nosotros. Están invisibilizando a los diez millones de argentinos que nos votaron y a quienes juramos representar.»

En un país en el que aún lloramos desaparecidos, que en Democracia un sector que se vanagloria de sus políticas de Derechos Humanos, invisibilice, silencie, denigre y niegue el ejercicio de sus derechos y representatividad al 41 % de la población, es una tragedia que nos conduce a otra mucho mayor.

No alcanzó tanto dolor y tanta sangre para aprender. Seguimos considerando la muerte como un precio aceptable o un daño colateral, para alcanzar objetivos políticos o mantener el poder.

Nadie tiene que «correrse» de ningún lugar. Nadie tiene que «callarse» por estar circunstancialmente en minoría.

No se gobierna para un sector con el objetivo de destruir toda chance de que alcance el poder el otro. (Los otros)

Se gobierna para el conjunto en busca de que la Patria alcance el destino soñado por nuestros mayores. Tan simple y por ahora tan utópico, como eso.

Colaboración: Daniel Bregua